La persecución del proxenetismo y cualquier forma de trata de personas constituye una obligación irrenunciable
Nadie ha sido capaz hasta hoy de legislar de forma eficaz esta cuestión, y ninguno de los modelos de otros países está libre de inconvenientes. Pero tampoco había legislación europea en torno a la salud menstrual, y está ya en marcha en España. Proteger la prostitución como si fuera un trabajo más permite mejorar las condiciones de vida de las mujeres, pero no incide sobre las causas sociales y económicas de esta forma de explotación. Tampoco asegura que quienes dicen ejercerla de forma voluntaria sean realmente libres, ni que sean los proxenetas quienes, bajo diferentes formas de ocultamiento, se acaben aprovechando de esa regulación.
Convertir la prostitución en una actividad económica reconocida y regulada, como ha hecho Alemania, tampoco evita la trata de mujeres y estimula el consumo de prostitución como si fuese una diversión más, y aligerada de reproches sociales. El modelo abolicionista aplicado en Suecia sí ha reducido la prostitución, pero el efecto indeseable ha sido su crecimiento en la clandestinidad. Ese es el mayor peligro de este enfoque. Para que el modelo dé fruto, no basta con prohibir y castigar a proxenetas y clientes. Exige un plan muy ambicioso que ofrezca alternativas de inserción social y laboral a mujeres que perderían sus ingresos, por fuerza y de un día para otro, y se verían abocadas al ejercicio clandestino, con una desprotección extrema.
Ninguna solución es óptima, pero sí pueden darse pasos hacia la persecución del proxenetismo y cualquier forma de explotación de la mujer, en particular en un país que figura a la cabeza del consumo de prostitución. En la inmensa mayoría de los casos, tiene como víctimas a mujeres sometidas a trata de personas: el objetivo de acabar con eso es irrenunciable.
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