Natalia Royo nos presenta su libro «Relatos desde mi Atalaya y El Frenesí de la Codicia»

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Relatos desde mi atalaya no es, en absoluto, un libro fácil de analizar. Cuando el lector/a  concluye la lectura del mismo tiene un cúmulo de sensaciones aparentemente discordantes. Y en parte ocurre así porque no estamos delante de un poemario al uso. La autora nos regala, cierto, sus versos, pero también hallamos prosa en forma de relatos y una obra de teatro como corolario que forman un variopinto conjunto. Difícil pues encontrar ese hilo conductor entre todos estos géneros literarios. Probablemente el elemento que los une este escondido en el título del libro. Relatos desde mi atalaya es, en parte, un homenaje a Almenara, la población natal de la autora y donde todavía reside. Es un lugar físico el que hace coincidir todos los géneros, y no tanto un lugar simbólico. Aún así soy bastante testaruda y he buceado en cada letra hasta encontrar algo que de sentido al todo. Desconozco si mi percepción coincide con la de la autora, y menos todavía con la del lector que ahora mismo lee estas palabras. Mi apuesta es el miedo y, en segunda posición, el amor.

¿Miedo a qué? Pues miedo a multitud de cosas. Miedo al mañana y miedo a no recuperar su herencia, nos diría el apesadumbrado Fernando de El frenesí de la codicia; miedo a ser la eterna solterona, clamaría su hija Isabel, antaño tan despreocupada y después mucho más seria. María, la Madre, también reclama su derecho a sentir miedo de permanecer en esa casa un minuto más dejando perder sus últimos años. Felipe, el yerno, tiene miedo a que su prometida prometedora se quede sin un duro. Y, por supuesto, Antonio (el banquero) que tiene miedo de perder a uno de sus mejores clientes. Pero hay más miedos.

Un “miedo al desamparo” asevera la autora. Miedos escondidos. Miedo al dominador. Miedo ancestral y atávico heredado desde los primeros homínidos. Miedo al paso del tiempo. Miedo a no encajar en esa sociedad enfermiza e histérica, pero sociedad al fin y al cabo. Miedo (preferentemente en femenino) a no vivir tu propia existencia por haberte pasado el tiempo entregada a los demás y olvidándote de ti misma, cómo ejemplifica el relato El dar y el darse, donde la autora reflexiona sobre el tiempo que dedicamos a los demás, pero no a uno mismo, terminando por vivir vidas ajenas. El miedo de las Madres de la plaza de Mayo, no tanto a no ver a sus hijos, que parece ser algo ya irremediable, sino a perder las fuerzas para regresar cada jueves por la tarde a dar voz a los brutalmente silenciados. Natalia Royo honra a todas las Manuelas que todavía siguen la lucha. Todos los personajes de este libro parecen tener miedo, y eso los hace tremendamente frágiles, frágiles como ese pájaro de libertad. Es curioso porque la autora que se esconde detrás de cada vocablo me produce una ternura infinita. Su fragilidad es latente en cada página.

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El reloj de la quimera, fue su primer libro

Y cómo antagónico aparece el amor. Miedo y amor son dos conceptos que aparecen con frecuencia y que juegan a cruzarse, esquivarse y como no, unirse. El miedo es el arma a la que el amor se enfrenta, llega a decir la autora. José Luis Sampedro y David Fischman también definieron el miedo. El personaje de Isabel, la hija de Fernando y María, demuestra un amor filial por ese padre cascarrabias y amargado con el que acabará compartiendo un boleto de lotería en una última jugada del destino. En muchos poemas se canta al amor, al de hoy y al de siempre.

Miedo y amor son los temas principales del libro pero no los únicos. Esa fragilidad con la que tildábamos a su creadora no le exime para mostrarse lucida y, en ocasiones, irónica y ácida con la realidad que le ha tocado vivir. Natalia Royo censura sin complejos el consumismo y el materialismo de una sociedad herida (¿frágil ?). En muchos de sus fragmentos (incluida la pieza teatral) hay una denuncia clara por ese ansia humana de acaparar riquezas y la ansiedad y estrés que eso genera. Crítica la vida moderna pero también las injusticias, la desigualdad y la hipocresía. Incluso se despacha e ironiza con las redes sociales y esos miles de amigos que, en realidad, ni conocemos. La autora nos exhorta a ondear la bandera de la franqueza, la sinceridad, de la felicidad interior, de la paz como decía Gandhi, de la armonía. Utilizando un símil con la famosa pirámide de Maslow, -psicólogo estadounidense creador de esta teoría psicológica-, Natalia nos recuerda la jerarquía de las necesidades humanas y cómo una vez conseguidas las necesidades básicas como la de alimentarse o respirar, por ejemplo, el ser a de aspirar hasta la cúspide dónde reside la creatividad o la resiliencia, entre otros deseos más elevados.

Natalia Royo nos advierte, por último, de las consecuencias de lo que decimos y también de lo que callamos. Espero, amigo lector/a que mis líneas arrojen algo de luz en su lectura. Al menos yo no he callado nada.

Patricia Mir Soria

Licenciada en Humanidades

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