Las mujeres en los años 40: Guía de la buena esposa para mantener a su marido o, no tenía tiempo para acicalarse!

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Pepe Queralt ens ha deixat. A continuació ho poden escoltar en una de les tertúlies que vam mantindre per el juliol de l’any 2016. 

Pepe Queralt – Croniste Oficial de Quart de les Valls

Por los años 40, se puede considerar que las mujeres, ya bien pronto, se educaban para cuidar de su marido y familia.

El aprendizaje de estos menesteres, afortunadamente, al día de hoy, ha quedado sólo en el recuerdo. En aquella época, las niñas y los niños, iban juntos al parvulario. Cuando llegaban a la edad de pasar al colegio, los niños iban a una clase, sólo para niños y las niñas, iban a la clase sólo de niñas. Cuando al niños se le preguntaba por la calle, ¿Dónde vas? –respondía, me voy al colegio. Cuando a la niña se la hacía la misma pregunta respondía, me voy a costura.

Audio de la entrevista a Pepe Queralt

Para escuchar la entrevista en el móvil, tocar el texto: Reproducir en Navegador

La diferencia estribaba que, los niños, todas las clases eran para aprender cultura general y, a las niñas, por la mañana, les enseñaban las asignaturas básicas: leer, escribir, cálculos y poco más y, por la tarde, a coser, poner botones, bordar, … en definitiva, hacerse el ajuar y estar preparadas para ser amas de casa.

Cuando las mujeres eran jóvenes y solteras, procuraban acicalarse para llamar la atención de los chicos. Una vez con novio, seguían acicalándose para tener al novio contento.

Existían algunos casos, en los cuales, si una joven llegaba a tener novio y, por las circunstancias que fueran, dejaba de tenerlo se le complicaba un nuevo noviazgo. Se le etiquetaba, por los chicos del mismo pueblo, como una chica que había pasado por otras manos, esto, no gustaba. El ajuar corría riesgo de quedarse toda la vida en el baúl. A no ser que llegara al pueblo algún chico, de los denominados “forastero”, y se hacían novios.

Cuando llegaba el matrimonio, el guión de la mujer, cambiaba por completo de panorama. En la  soltería podía dedicarse tiempo para ella, su madre, se encargada del trabajo de casa. Ahora, es ella, la que tiene que encargarse de las múltiples tareas de su casa.

Si el marido se levantaba a las 7 de la mañana, para ir a trabajar, ella, se levantaba a las 6. Iba al horno a por el pan para preparar el almuerzo y la comida y, a por la leche, para preparar la taza de desayudo, por entonces no existían neveras y tenía que ir todos los días. Todo esto para, que su marido, se fuera bien arregladito a trabajar. No volvía hasta la noche.

Sola ella, tenía que ir a la fuente a por agua para el consumo de casa, no había agua potable. A por agua, a la acequia, para la limpieza de casa como: fregar, lavar el suelo, … Las paellas, cogía terreta y se iba al lavadero municipal para limpiarlas.

Prácticamente, todas las familiar, en el corral, tenían animales en casa para el consumo como: gallinas, conejos, cabras, … Todos los días las tenía que alimentar y, a las cabras, las tenía que sacar a pasturar. El corral, también se tenía que limpiar.

El suelo de la casa se tenía que limpiar, mochos no habían. Lo limpiaba arrodillada, como si estuviera castigada. Repasaba la ropa de su marido con aguja e hilo, a veces, colocarle un pedazo de tela. El trabajo del campo es propicio para los enganchones. Las sábanas, tenían que durar muchos años, se tenían que arreglar. No todas las mujeres sabían. Las calles eran de tierra, todos los días se tenían que barrer. Pasaban los carros y las piedras pequeñas, se soltaban de la tierra. Con el carro iba el caballo, también pasaban las cabras, todos dejaban caer sus heces en la calle. Claro, si no se limpiaba, el olor y las moscas, allí estaban.

Llegaba el anochecer, llegaba el marido. La cena era la comida más fuerte del día. El marido tenía que comer de cuchara, la comida era de caliente. Todo el día estaba de bocadillo. La mujer lo tenía que tener todo preparado.

Por aquella época, empezaron a trabajar los almacenes de naranjas en El Ventorrillo, cerca de la estación del tren. Hiciera frío o lloviera, a pie y, con sandalias, al Ventorrillo. Alguna vez tenían suerte y se subían a un carro.

A todo esto, llegaban los hijos pero, no solos, con un trozo de pan bajo el brazo, no! A las tareas ya mencionadas se tenían que añadir múltiples más como: De noche lloraba, su madre le consolaba; quería comer, teta tenía; se meaba o hacía caca, su madre le cambiaba, por entonces, pañales no existían; qué más puedo decir que vosotras no sepáis, voy a parar.

Sólo estaban exentas, de todas estas obligaciones, las esposas de los grandes adinerados que tenían la posibilidad de tener personal de servicio. Estas esposas, sí que se acicalaban y, su tiempo, lo dedicaban a bordar y coser.

Cuando un familiar fallecía, la mujer estaba más de cuatro años guardando luto, toda de negro, incluido el velo. Si el duelo le pillaba con una edad de 35 años o más, podía ser posible que toda su vida la terminara de negro. Sus ascendientes familiares eran mayores e iban muriendo. Como anécdota, cuando una mujer estaba de luto, no podía barrer la calle ni limpiar los dorados de las cerraduras de las puertas de la calle, quien los tenía, claro.

Curiosidades de las cuales, también se encargaban:

-De los retales de tela que les sobraban, los guardaban, hasta que llegara un señor que venía por los pueblos, con un carro, llamando por las calles “señoras, el trapero”. Las mujeres salían de casa con sus retales y los cambiaban al señor por cerámica de Manises: platos, tazas, soperas,…

-Cuando pelaban los conejos, al estirar la piel para quitársela, la piel pasaba al revés. La cogían del rabo y la tiraban contra la pared, allí se quedaba toda estirada y apegada. Pasados unos días, la piel se secaba. Regularmente, venía un señor con un carro y, cambiaba las pieles por cajitas de cerilla. Cuantas más pieles, más cajitas, éstas, servían para jugar los niños.

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