Escolteu l’entrevista a María José Pelegrí Pérez
María José Pelegrí Pérez
RELATO
211, ALCANZANDO HORIZONTES
Un, dos, tres… ¡y cuatro! Dorsal 211. Curiosamente, coincide con mi fecha de nacimiento. Toda una casualidad para una carrera tan significativa como esta que voy a empezar. Una carrera que es mi demostración de la tan ansiada vuelta a la normalidad después de estos meses tan duros que acabo de pasar y que hoy van a quedar atrás para siempre. No había mejor número para identificarme, el número que me recuerda que, después de todo, hoy vuelvo a nacer.
Nunca pensé que esto de las carreras populares pudiese llegar a gustarme. Es cierto que practicaba deportes de muy jovencita, pero que los años y las obligaciones me hicieron dejarlos para poder atender otros asuntos que yo creía ineludibles. Siempre pasa lo mismo. ¡¡Hay tantas cosas en la vida que nunca piensas que te van a pasar!!. Una mañana me sorprendí a mi misma calzándome unas deportivas y saliendo a correr por el campo. Y valió la pena. Disfruté, sufrí y me quedé con ganas de repetir. Y así lo hice hasta que, por causas de fuerza mayor, tuve que apartar el deporte de mi agenda diaria, al menos temporalmente.
Hace solo seis semanas que acabé el tratamiento de radioterapia. Con él acababan diez meses difíciles, inciertos y muy incómodos. Diez meses de dudas, de miedos, de vivir una vida que no es la que a cualquiera le gustaría vivir. Eso, tampoco pensaba que nunca fuese a pasarme a mi. La vida, en ocasiones, se empeña en darnos sorpresas desagradables que nos hacen ver lo bien que se está cuando se está bien. Nunca las esperas, pero suelen llegar, antes o después. A mí, como a todos, imagino, me pilló de improviso, en un momento de mi vida en que, lo que menos necesitaba, era empezar un proceso como este. Lo empecé, lo pasé y hoy voy a darlo por superado.

Estoy animada. No hay nada que me impida estarlo. Después de todo, me he planteado correr esta mañana estos diez kilómetros que van a devolver mi vida a la normalidad. Me veo a punto para conseguir el reto y sé que este es uno de los secretos principales para alcanzar cualquier meta. Durante el año que hoy acabo, también vi siempre un final positivo. Eso me ayudó mucho en esa lucha constante contra la incomodidad física y el bajón psicológico. ¿Miedos? Muchos ¿Desánimo? Solo el imprescindible, en esos momentos puntuales en que parece que todo se derrumba a tu alrededor y que te sientes como una pequeña mota depolvo en un universo que gira y gira cada vez a mayor velocidad. Pero visualizar la meta te ayuda a correr. Pensar que el futuro tiene reservados buenos momentos es un gran aliciente que te ayuda a seguir adelante y a dar cada paso, por duro que resulte.
Hoy, con estos diez kilómetros que tengo por delante, pretendo poner fin a esos miedos, a esas inseguridades, y sentir que mi vida vuelve a comenzar, tras este duro paréntesis. Ese ha sido mi objetivo durante mucho tiempo y he elegido esta fecha para poderlo alcanzar. Podía haber sido cualquier otro dia, pero es hoy. Solo diez kilómetros separan mi proceso de enfermedad de mi vida en salud. Solo diez.
Son las nueve. Es la hora fijada para empezar a correr. He tenido poco tiempo para entrenar. Mi cuerpo ha perdido el hábito a las carreras y sé que tengo que tomarme la prueba con calma. Eso también he aprendido a hacerlo. Aquello que tantas veces había oido de que la paciencia es una gran virtud, que no por mirar más lejos vas a poder llegar antes, es una verdad universal que suena con más fuerza cuanto más comprometido es el momento que vives. En cada paso, hay que pensar en afianzarse antes de dar el siguiente y mantenerte así, poco a poco, hasta darte cuenta que sigues dando pasos sin tener que pensar en cada uno de ellos. Algunos lo llaman rutina. Yo prefiero pensar que es una buena forma para no desfallecer viendo lejanos horizontes. Las metas se alcanzan con paciencia, constancia y tesón. Igual que lo he hecho durante los diez últimos meses, así pretendo hacerlo durante los próximos diez kilómetros.
Al poco de empezar a correr, la carrera se ha convertido, para mi, en una revisión de la película de mi pasado, especialmente, del capítulo vivido durante este último año que ha cambiado mi vida y que me ha ayudado tanto a percibir esos pequeños detalles que hasta hace poco se me escapaban.
Hoy van a pasar a ser solo un lejano recuerdo en mi memoria aquellos momentos difíciles en que presumí que algo iba mal cuando noté un extraño bulto en mi pecho, aquellas dudas que me asaltaron cuando me confirmaron el diagnóstico de cáncer, aquel miedo cuando me dijeron que tenía que enfrentarme a un tratamiento de quimioterapia. Hoy voy a dejarlas atrás porque, desde este momento, pasan a ser solo una experiencia vivida, un condicionante positivo para mi futuro y un año que mi memoria nunca llegará a borrar pero del que acabaré extrayendo solo una lectura positiva.
Van pasando los metros, sumando kilómetros. Tengo las fuerzas muy justas pero la moral está por todo lo alto. Es lo fundamental. No decaer. Cuanto más duro es el camino más fuerza interior hay que aplicar. Muchas veces me había planteado como las piernas pueden recorrer tanta distancia sin una gran preparación, como es mi caso. Me he dado cuenta de que no son las piernas, sino la cabeza y la ilusión las que impulsan cada zancada y te hacen llegar a cualquier meta que te propongas. Todo sufrimiento es superable si ves que al final va a merecer la pena y, cuanto más ilusionada puedas estar en ese final, más sencillo será superar todo lo que encuentres por el camino.

Pensando en estas cosas y disfrutando de mis pensamientos me he ido quedando atrás. Tanto que, desde la ambulancia que cierra la carrera, vienen dándome ánimos para seguir. Ni por un momento me he planteado pararme. Quien se para no avanza y queda eliminado. La vida se ha inventado para seguir. Más rápido, más lento, pero siempre seguir adelante. Siento el ánimo de los sanitarios, una vez más. Vuelven a ser, como tantas veces lo han sido recientemente, un punto de apoyo. He confiado tanto en ellos estos últimos meses que son ya una parte más de mi, una importante parte de mi. Sus ánimos, su saber hacer y su saber estar me han sido siempre de gran ayuda. Hoy también.
En poco más, voy a llegar a meta. Hay que ver lo que cuesta dar cada paso y el poco esfuerzo que parecen suponer cuando los ves en perspectiva, cuando ya los has ido dejando atrás. Lo que ya has andado no supone un esfuerzo. Y ni siquiera el cansancio que acumulas puede hacerte desfallecer el alcanzar el objetivo, si eres realmente consciente de que quieres alcanzarlo. Abandonar ahora sería haber perdido el tiempo, haber desaprovechado el esfuerzo realizado y, sobre todo, haber perdido la ilusión que siempre me hace seguir. Y eso no puedo permitirmelo. Así, paso a paso, ilusión a ilusión, tengo casi acabado el recorrido. Aquel dolor de piernas del primer kilómetro, aquel momento de bajón en el kilómetro cinco, aquellas dudas de si seré capaz que me asaltaron en el kilómetro siete, van dejando paso a un estado de euforia al ver que estoy a punto de conseguirlo.
Cada palabra de ánimo que recibo es un empujón más hacia la meta. Probablemente, la gente que está a mi alrededor, animándome, no llegue nunca a saber el efecto tan positivo que sus palabras hacen en mi. Me gusta escucharlas, me gusta ver como quienes no me conocen en absoluto, se han molestado en darme su apoyo para ayudarme, con ellos, a llegar al final.
Al fondo, veo acercarse a mis hijas. Quieren acabar la carrera conmigo, igual que me han acompañado durante todo el trayecto del difícil año que hemos pasado juntas. A ellas les debo su fuerza, su alegría y su madurez de siete años que, en tantos momentos de desánimo, me han servido para seguir adelante. Hoy también quieren acompañarme en estos últimos metros. Quieren estar conmigo cuando alcance el objetivo, mi objetivo, nuestro objetivo. Su compañía reconforta, motiva, ayuda y empuja. Es como un pequeño motor en un barco de vela cuando el viento empieza a pararse. Toda ilusión requiere un por qué y hay que buscarlo cuando no lo encontremos, cuando no sepamos cual debe ser el motivo por el que debemos mirar adelante. Yo siempre lo tuve fácil: el motivo eran ellas, la ilusión la veia en sus caras, en cada sonrisa que me dedicaban por malo que fuese el día que estaba teniendo. Hoy vamos a compartir el momento del triunfo. Igual que hemos compartido cada momento del largo camino que nos ha traído hasta aquí, vamos a compartir que el camino ha acabado y que lo hemos conseguido.
Doscientos metros, cien, cincuenta… La ambulancia ya se ha apartado del circuito de la carrera. Solo queda gente aplaudiendo alrededor. Lo he conseguido. He llegado. La última, pero he llegado. Cansada, pero ilusionada. Consciente de que este ha sido un primer paso, pero probablemente el más importante, para demostrarme que la vida sigue su curso y yo puedo seguirlo con ella. Nada volverá a ser como antes pero estoy segura que, experiencias como esta, me harán vivirlo todo con más intensidad, con más fuerza y con más seguridad en que lo importante es seguir viviendo.