Podría jurar que el pollo con aceitunas es una de mis combinaciones favoritas de todos los tiempos. Es como si el ave fuera el alimento perfecto para recibir a las olivas y su potencia salina, aunque también es verdad que éstas me gustan con casi todo: el producto más lacio cobra fuste con una inyección de alegría olivácea. Tengo una amiga un poco excéntrica con la comida que no puede verlas ni en pintura, y siempre me pregunto cómo sobrevive. Claro que tampoco le gusta la mantequilla ni la mayonesa, por lo que sospecho que en realidad es una extraterrestre haciéndose pasar por humana, como David Bowie o Michael Jackson.
Pero bueno, volviendo al tema que nos ha traído aquí, el pollo de hoy viene, además de con aceitunas, encebollado. Una mala noticia para los detractores de la cebolla, que también los hay, pero buena para el resto ya que su dulzor viene al pelo con los demás ingredientes. Los melindrosos a los que les dé asquito la textura del bulbo pochado siempre pueden pasar la salsa por el pasapurés, como hacía mi madre cuando yo era pequeño e idiota.
Lo más importante en este guiso, aparte de hacerlo con un pollo no mutante (a poder ser de corral), es dar con unas aceitunas negras poderosas y con carne. Las que suelen vender en las tiendas de alimentación marroquí o árabe son especialmente adecuadas, aunque cualquier equivalente nacional puede servir. Si empleas aceitunas sin hueso el plato tendrá menos gracia que un chiste de Manolito Royo, así que nada de tonterías.
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