Una receta cuaresmal que más que una penitencia es una bendición. Hacemos fácil la versión tradicional y te damos ideas para tunearla a tu gusto con lo que tengas a mano en casa.
El potaje de vigilia o Cuaresma ha pasado en pocas décadas de obligación culinaria y tristona a objeto de deseo. Ahora que muy poca gente sigue los preceptos religiosos de ayuno y abstinencia, no nos acordamos de cuando la Cuaresma se representaba como una vieja flacucha con siete pies y un bacalao en la mano, anunciando la llegada de 40 días de dieta forzosa. Los cocidos viudos eran los platos básicos de la temida cocina cuaresmal, que dependía de la posesión de la bula de carne o de Santa Cruzada para no tener que hacer ayuno todos los días. A quien sí la pagara, la bula le permitía ayunar tan sólo Miércoles de Ceniza y Viernes Santo y comer con vigilia el resto de viernes cuaresmales. El “comer de viernes” era obligatorio y azuzó la imaginación de los cocineros para crear platos contundentes sin necesidad de carnes.
La estrella de los viernes era el potaje de vigilia, hecho con los ingredientes disponibles en las despensas castellanas: legumbres, verduras y bacalao. El pez embalsamado salvaba la papeleta a quien no tuviera a mano pescado fresco y servía lo mismo para un roto que para un descosido. Bacalao con patatas, bacalao en salsa, tortilla de migas de bacalao o sólo su piel metida en la olla para darle gustico y espesor.
ELCOMIDISTA/ELPAIS